sábado, 28 de mayo de 2011

La resistencia es fútil.

Despertarse de buen humor y rápido tras una siesta es algo que, al menos para mí, es prácticamente imposible. Generalmente, siempre hay ganas de darse la vuelta y seguir durmiendo. Ese es el poder de la terrible siesta.

Total, que esta misma tarde, desafiando mi norma de levantarme blasfemando tras una siesta, he despertado alegre y prácticamente cantando "I'm walking on sunshine". Consciente de lo raro que es que esto suceda en un ser pesimista como yo, decidí aprovechar y levantarme pronto con mi buen humor y salir a dar un paseo por la tarde madrileña e irme con mi familia a ver la Feria del Libro o algo.

Pero si yo soy una persona pesimista es por algo, y es porque soy gafe. La sonrisa con la que me levanté se desdibujó al darme con toda la fuerza inspiradora de un sueño reparador contra la barra de metal que forma uno de los lados de la litera que está sobre mi cabeza. No grité, no me cagué en nadie. Permanecí silenciosa, medio agachada y tratando de asimilar la situación. Realmente, no noté dolor hasta unos escasos segundos después del golpe.

Con unas ganas terribles de echarme a llorar como cuando me sangraban las rodillas de pequeña, decidí que lo mejor era buscar consuelo en algo o alguien para evitarlo. Con un hilo de voz, dije "Lila", con el fin de que se dejase coger. Pero la gatita está de celo, eso quiere decir que pasa de mí como de comer mierda. Así que se fue a maullar todas sus penas al salón, dejándome a mí sola en la habitación y casi no me tenía en pie.

Decidí hacer un esfuerzo e ir a tirarme a los brazos de mi mamita y que me cantase "Sana, sana". Pero me llevé una desagradable sorpresa al ver que no estaba en el salón y, realmente, no sabía dónde estaba (Recordemos que estaba desorientada por el golpe). Así que con un terrible sentimiento de desamparo, me dirigí a la cocina, esa eterna amiga. Cogí una galletita de caramelo y me tomé un trago de agua. Ya me sentía mejor, ya no tenía ganas de llorar. Aún así, haciendo eses cual borrachuza del tres al cuarto, me dirigí a mi habitación donde, nada más ver la cama, me tiré a por ella (No sin antes postrarme ante la litera, con el fin de no darme otro golpe) y me volví a quedar dormida.

Es en ese momento cuando me doy cuenta de que la resistencia contra mis leyes naturales es inútil. Yo SIEMPRE me daré la vuelta y seguiré durmiendo o me cagaré en lo primero que pille. Soy un animal de costumbres, y a mi subconsciente no le gustan los cambios radicales.

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